RUTA DE HUERTEZUELAS (3-6-2012) GRUPO CICLOTURISTA EL PEDAL
Sobre el mapa la cosa estaba clara, pero Huertezuelas por
camino resulta estar más escondida de lo que aparenta.
Salida de calle Buztos a las 8,30 horas. Seis componentes
iniciamos la ruta con la idea de acercarnos a Huertezuelas, una vez conocido el
camino que parte de La
Alameda. Por el camino del Cortijillo accedimos a la
carretera de Belvís, La
Alameda , El Pardillo, hacia Puertollano. Pedaleando a buen
ritmo llegamos a La Alameda
donde uno de los componentes del grupo decide dar la vuelta. El resto
continuamos y, subida la primera cuesta a la salida de la población, giramos en
el segundo camino a la izquierda. Se inicia ahí exactamente el llamado Camino
de Huertezuelas, al menos eso ponen los mapas consultados y por un buen camino,
ancho y bien compactado, vamos recorriendo los primeros kilómetros en un
continuo sube y baja (lo que en el argot ciclista se denomina “rompepiernas”)
para, una vez realizada una importante y larga subida con el plato más pequeño,
paramos a las puertas de la finca “Ruilobo”, continuando la ascensión hasta la
casa de la “Finca Cabañas”, caserón grande, con varias edificaciones y donde
parece vivir gente estable. Seguimos avanzando en grupo y el camino comienza a
deteriorarse, la ascensión se suaviza pero sigue picando siempre hacia arriba.
Hemos entrado ya en el corazón de Sierra Madrona. A uno y otro lado del camino,
especialmente a la izquierda, un inmenso panorama de pequeñas lomas y alcores
va apareciendo ante la mirada del caminante, en este caso, “pedaleante” –si se
nos permite la expresión. El paisaje se ensancha y, lejos de lo esperable,
pequeños valles van sucediendo con el frontón de fondo de los picos más altos
de Sierra Madrona. El bosque mediterráneo se enseñorea a diestro y siniestro,
singularmente a base de lentiscos, coscojas y encinado de bajo porte; no falta
el jaral ni los enebros. El engranaje piñón-plato-cadena no ceja en su
interminable recorrido y poco a poco nos vamos asomando a una nueva casa de la Finca Cabañas.
Inopinadamente
un vehículo todo terreno ocupado por dos jóvenes marroquís se interpone en
nuestro camino para indicarnos que, a partir de cierto punto del camino, que
efectivamente está señalado y que en otra ocasión los Santiagos no vieron,
“está prohibido el paso”. Curiosamente el propio dueño de la finca había
indicado a Ciudad y Real que ese era el camino de Huertezuelas y que el pueblo
quedaba de ese punto a unos 12 o
El camino sigue estando bien trazado, pero ha adelgazado
sensiblemente su anchura y se dirige inexorable hacia el río Fresneda (al menos
eso barruntábamos). Comienza un largo y prolongado descenso que nos lleva
varios kilómetros. Llegados a una paraje extraño con casas derruidas, una
especie de minilla, una casa presuntamente habitada, una pequeña nave perdida
en el monte, se nos plantea un dilema: el camino se abre en dos. ¿Cuál tomar?
La lógica nos dice que estamos cerca del río Fresneda y pensamos que un caserío
que se divisa en lontananza a la izquierda será la casa de Las Chicotas, por lo
tanto elegimos el camino que columbra hacia allí. (A estas alturas sinceramente
estamos perdidos, seguimos avanzando por intuición pero sin saber a ciencia
cierta dónde vamos a ir a parar). Para nuestra desesperación nos hemos metido
en una pista forestal que creemos nos llevará al río, eso sí entre subidas y
bajadas imposibles, tan imposibles algunos de esos repechos que nos bajamos
para bajar y nos bajamos para subir.
Finalmente y de modo abrupto, cuando hemos terminado una bajada muy
pronunciada, nos encontramos con el río Fresneda en un lugar imposible,
literalmente atrapados en una ratonera. La pista se acaba, el río no se puede
cruzar y al otro lado no hay camino, ni senda, ni vereda ni nada de nada
transitable. Nos encontramos en un pozo
profundo rodeados de naturaleza salvaje, cerros y picachos altísimos, roquedos
impresionantes y con alguna preocupación de cómo salir de allí. Al final, viendo las circunstancias, se
decide volver por los mismos pasos, eso sí, ahora ya casi no se puede pedalear
para salir de la cárcava, así es que, empujando a las bicicletas, montando a
ratos y a pie otros fuimos desandando el camino.
La peripecia no quita el que hayamos disfrutado de unos
parajes propios de los mejores documentales. Los arbustos del bosque
mediterráneo se muestran aquí en toda su
variedad y con los mejores ornatos. Labiérnagos gigantescos, acebuches, jara
blanca, jara de estepa, jara morisca, coscojales, enebros, lentiscos,
cornicabras, aulagas, perfumadas retamas nos van escoltando en nuestros pasos
de regreso. Hasta un rarísimo lirio campestre hemos podido observar, de cuya
debida cuenta da el excelente reportaje de nuestro compañero Luis Pardo. Un
verdadero placer para los sentidos esta ruta con final imprevisto, pero que
recordaremos siempre. Cuando entrábamos
de vuelta en Aldea.
Más de 61 kilómetros habían rodado nuestras monturas.
Si me preguntáis por la dificultad, creo que andará entre media y alta.
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